Hay dos tipos de soledad. La soledad deseada, que en todo caso no es mala, que en muchas personas permite la reflexión y la introspección, y que es positiva según la filosofía de vida que se cultive; y la soledad no deseada, que es una condición que puede afectar a cualquiera — jóvenes y adultos — en cualquier momento de la vida.
La soledad no solo se refiere al contacto físico con otras personas porque se puede estar en medio de una multitud y así y todo sentirse solo, dado que la soledad es también un estado mental. En definitiva, se produce cuando nuestra necesidad de contacto social se encuentra insatisfecha.
Las estadísticas indican que hoy en los países occidentales 1 de cada 3 personas dice sentirse sola y que es común relacionar la soledad con la vejez, aunque los números marcan que una gran proporción de quienes dicen sentirse solos, son jóvenes. Esto se relaciona con la condición de que muchos jóvenes se encuentran en periodos donde deben decidir el rumbo de su existencia futura y esto genera mucha ansiedad y en algunos casos sensación de incomprensión y soledad.
Por otra parte, muchos suplen la falta de compañía con mascotas en las que vuelcan toda su atención y afecto, como sustitutos de un amor que carecen hacia o por parte de otras personas. También están los que mitigan la soledad a través de las redes sociales, pero nada suple el contacto físico y emocional con otro humano…
La soledad genera también abatimiento, agotamiento, aislamiento, inquietud, afecta la salud mental y física e incrementa las probabilidades de mortalidad en un 26%. Los que la sufren están siempre en estado de alerta, lo que conlleva a que estén bajo estrés crónico, con una alta, constante y consecuente secreción de cortizol. Esto es muy malo para la salud porque genera desajustes de todo tipo en el organismo. También hay una mayor posibilidad de infecciones, de riesgo vascular y predisposición a la diabetes. Hay estudios científicos que revelan una asociación entre la soledad auto percibida y el 30% de incidencia de infartos agudos de miorcardio, accidentes cerebrovasculares y muertes prematuras.
La Asociación Americana de Psicología sitúa a la soledad como la primer amenaza para la salud en las sociedades occidentales, por encima de la obesidad.
No quiero estar solo
Algunos catalogan a la soledad no deseada como la pandemia del siglo 21. Es un mal de la época que genera problemas de salud físicos y emocionales que llevaron inclusive a dos países del mundo – Japón y el Reino Unido – a incluir en su estructura un Ministerio de la Soledad. En Suecia la mitad de los hogares están habitados por una sola persona y es uno de los países con mayor cantidad de suicidios al año. En el año 2021 la Organización Mundial de la Salud – OMS – aseguró que entre el 20% y 34% de las personas mayores en China, Europa, América Latina y Estados Unidos se sienten solas.
En cuanto a Argentina, todavía no hay iniciativas generalizadas para ayudar a los afectados pero sí se sabe, por un estudio del BID, que nuestro país es uno de los países con población más envejecida en América Latina y el Caribe. Los argentinos mayores de 60 años – en el año 2020 – constituyeron el 15,7% de los habitantes, es decir alrededor de 7,1 millones de personas. Y en base a los datos de otros reportes, se estima que de ese total, 1,6 millones viven solos, especialmente en grandes urbes.
La pandemia del Covid-19 y los aislamientos agudizaron los problemas que ya existían y que son más evidentes en las personas mayores, aunque no sean el único grupo afectado. Las visitas familiares, asi como las colas en los bancos para cobrar la jubilación, cosa que podría hacerse de manera virtual, ir a hacer compras que podrían encargarse por Internet o llegar con mucha anticipación a una cita médica, son formas encubiertas a las que los adultos mayores suelen recurrir para encontrarse con gente.
Admitámoslo: la soledad es un problema de salud pública. Uno tiene vida porque tiene biología pero tiene existencia porque necesita del otro y los otros de uno. Sin esa dinámica se deja de existir…
Las frase que más se escucha en los labios de los adultos mayores que viven en una soledad no deseada, es “no tengo miedo a morirme, pero no quiero sufrir ni ser una carga para mi familia”. La sensación de soledad y miedo pueden derivar en trastornos de tristeza y depresión, dos enfermedades actuales y que se proyectan como prevalentes en los próximos años.
Hoy las ciudades son grandes fábricas de solos. Los centros para adultos mayores son lo que eran las veredas antes: el lugar donde conversar e interactuar. Por eso los mayores no quieren que les saquen la posibilidad de ir a misa, al banco, a la farmacia…son los lugares donde comparten con otros.
Hay teorías que indican que quienes viven solos y sufren esa situación no se cuidan tanto en factores de riesgo como el sedentarismo, la mala alimentación, el consumo de tabaco y alcohol y el insomnio.Por eso en casos de muertes de cónyuges, los problemas crecen.
La soledad que se sufre se suele asociar también al deterioro de la salud mental. Los expertos aclaran que no es que genere demencia, pero sí puede acelerar el proceso. Charlar, reirse con otra persona, “usar la cabeza”, ralentiza el problema.
Dicen los especialistas también que tener un proyecto de vida… ¡alarga la vida!. Esto es así porque quienes tienen un por qué o un para qué, están siempre dispuestos a cuidarse más, quieren recuperarse si se enferman y estar bien. El aislamiento social empuja además hacia un círculo vicioso: más soledad no querida = a menos actividades = a menos contención psicosocial.
La soledad resulta en estos tiempos muy difícil de reconocer porque estamos todo el tiempo acompañados, pero con compañía “chatarra”. Se puede estar en un concierto con 6.000 personas, y estar solo. Se puede tener un millón de seguidores en las redes, y estar profundamente solo. No estar solo significa tener a alguien con quien se pueda hablar de verdad. Por eso, la soledad y la conversación van de la mano.
Quizás la soledad sea el precio que pagamos por nuestro modo de vida. Se educa para los logros individuales, para el éxito, para elegir las carreras con mejores posibilidades de desarrollo económico pero mucho menos para incentivar proyectos con entorno familiar, o en grupos.
Pero no todo está perdido y siempre hay esperanza de revertir situaciones y los efectos negativos de las consecuencias que acarrean. Y de eso nos ocuparemos en la segunda parte de esta nota, el próximo lunes.
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Diario Prensa
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